martes, 12 de abril de 2011

Ponte el cinturón de seguridad, respeta los límites de velocidad y cuéntalo

Ayer sufrí un accidente en uno de los túneles de la M-30. Un camión conducido por una persona de nacionalidad italiana, a quien llamaré P.I., puso el intermitente para incorporarse a mi carril pero no esperó a que yo rebasara su vehículo, posiblemente por encontrarme en su ángulo muerto en ese momento, debajo de su retrovisor derecho. Cuando me quise dar cuenta, vi cómo el morro del camión impactaba el lateral trasero izquierdo de mi coche. Esa operación provocó que mi coche perdiera la trayectoria y empezara a girar hacia la izquierda. Cuando lo recuerdo, tengo sensación de haber girado 180 grados, aunque las huellas de los neumáticos, provocadas por el intento de enderezar el vehículo contravolantando y frenando a la vez, revelan que es como si hubiera trazado una curva imaginaria hacia la izquierda.

En una M-30 todavía más ancha y sin circulación, me imagino que habría conseguido frenar el coche con esa maniobra. Sin embargo, lo que me frenó de golpe fue el bordillo del túnel, que debe de medir unos 30 centímetros de altura y, según los entendidos, sirve para “escupir” un coche cuyo conductor se duerma al volante y devolverlo a la calzada. Pero a mí, que venía derrapando en un giro completo (el morro de mi coche ya apuntaba en la dirección contraria de la marcha), primero me ha frenado en seco, luego me ha escupido (efectivamente) y finalmente ha volcado el coche, poniéndolo ruedas arriba. Puto bordillo, que no sabe discriminar a los conductores que no se han dormido.

Hasta ese momento, tanto mi acompañante, mi madre, como yo, estábamos tranquilos. Era como ir montados en los coches locos: un golpecito por detrás, pierdes la trazada, giro, choque contra el lateral... Pero a 70 kilómetros por hora, la cosa acaba de forma diferente. El vuelco ha sido jodidamente desagradable. El techo y el parabrisas hacen crash al mismo tiempo, el habitáculo se empequeñece y tu cabeza se queda a pocos milímetros de lo que antes era el techo del coche pero ahora es el suelo. Me imagino que si no llevas cinturón, el vuelco del coche te hace girar como un trapo dentro de una lavadora. Pero si lo llevas puesto, el cinturón te sujeta como si fueras un gato recién nacido al que su madre lo agarra del pescuezo para cambiarlo de sitio.

Mi madre y yo intercambiamos varios “¿estás bien?”. Ella no me cree, ni yo a ella, pero aparentemente no hay lesiones. A mí, desde luego, no me duele nada. Entonces mi madre comete el error de desatar su cinturón de seguridad y se estampa contra lo que antes era el techo del coche pero ahora es el suelo. Responde que sí, que está bien, pero se queda inmóvil. Posiblemente pensando que si se queda quieta, ya no le puede pasar nada. Yo le hubiera agradecido que me advirtiera de que si sueltas el cinturón de seguridad, te estampas. Era evidente: estás colgado de lo que ahora es techo y si te dejas caer, pues te caes, pero no tienes medida de las distancias a las que se encuentra cada parte de tu cuerpo. Así que suelto sin pensarlo el cinturón y me pego una leche importante, que duele muchísimo más que todo el traqueteo precedente. Muy extraño. Quizás ves tan cerca el techo del coche que piensas que vas a caer solo unos milímetros o que algo más, además del cinturón, te está sujetando y te vas a quedar prácticamente en la misma posición. Pero no, te sueltas porque tu peso hace que el cinturón apriete mucho y quieres recuperar la posición normal, pero no te da tiempo a bajar las piernas para frenar el golpe y te la metes.

Te recolocas como puedes y comienzas a ver tobillos a través de las ventanillas y caras que se asoman. Son de conductores que han parado y que preguntan si estamos bien. Les decimos que sí, con la cabeza y con el pulgar hacia arriba. Lo intentan pero ninguna de las dos puertas se puede abrir. Varias personas empiezan a mover el coche y me temo lo peor. “Ahora devuelven el coche a su posición, me pego otra leche como la de antes y me mato yo solo dentro, con el coche parado”, pienso. Pero no, son unos caballeretes y deciden aliviar el peso del lado del coche donde se encuentra mi madre para poder abrir la puerta. Lo consiguen en apenas unos segundos y veo que mi madre, sale tan campante del vehículo. A mí me cuesta más, supongo que por la palanca de cambios, el volante o no sé qué cojones de cosas que me impedían el paso, pero lo logro.

“¿Estáis bien?”. “Sí gracias, no nos hemos golpeado con nada y nos hemos quedado colgando boca abajo con el cinturón”. Habría unas ocho personas. Te miran a lo más profundo de los ojos para escudriñar cómo te sientes. Se preocupan. Han detenido sus vehículos para ayudar en lo que puedan. Actúan con rapidez y no hablan demasiado, como si estuvieran entrenados para eso. Saben que sus vehículos, que han parado unos metros más adelante, están entorpeciendo la circulación, que ya está paralizada completamente. Así que en cuanto llegan las primeras sirenas, vuelven a interesarse por nuestro estado y se van marchando. “Gracias, gracias”, no da tiempo a agradecerles a todos su ayuda y ya solo me queda un vaguísimo recuerdo de sus rostros. La gente llega antes que las sirenas. ¡Qué buena gente!

Salgo del vehículo arrastrándome y cuando me incorporo, uno de mis primeros interlocutores es el P.I. Trata de decirme algo así cómo que he invadido su carril, que ha tenido que pegar un frenazo y que no ha podido evitar darme... por culpa de meterme en su carril, insiste. Tengo sensación de ser imbécil, como si esas caras que antes se preocupaban por mí ahora me interrogaran: “Chaval, ¿qué pasa?, ¿no sabes conducir o qué?”. Me giro y veo dos cámaras de seguridad a unos 30 metros. Le respondo al P.I. que no, que yo circulaba por mi carril y que él me ha golpeado, pero no tengo el más mínimo interés en discutir con él. Así que le señalo las camaritas y le digo que seguro que nos sacan de dudas. El P.I. cambia de estrategia y trata de convencer a los policías que han acudido a auxiliarnos. “El camionero dice que te has metido en su carril, pero yo le he dicho que su camión, por tonelaje y horario, no puede circular por aquí a estas horas, que está prohibido”, me cuenta un policía. El P.I. se queda sin estrategias y decide consolarme diciendo que lo importante es que estemos bien. Que “la vita è lo más molto importante”. P.I.: podría haber empezado por ahí...

Personal que ha acudido al recate. Calculo que serían entre 15 y 20 personas, distribuidos en seis o siete vehículos. Llegan rapidísimo. El primero, un coche de policía en dirección contraria, con un poli dentro con pinta de delta force. Luego un servicio sanitario que pasaba cerca y ha oído el aviso. Luego la furgoneta del SAMUR que le correspondía. Un servicio de Primera Asistencia, equivalente a los bomberos, encargado de sacar el coche accidentado del túnel y que puede bombear agua en caso de fuga de combustible o incendio. Un segundo coche de policía. Algún vehículo más.

Mientras nos examinan dentro de la furgoneta sanitaria, los demás agentes ponen unos conos fluorescentes junto al carril que ocupa mi coche, acortan la zona y la circulación empieza a recuperar su ritmo. La actividad es frenética y cada uno sabe lo que tiene que hacer. Cuando salgo, el coche ya está sobre ruedas. Los agentes empiezan a rellenar sus informes y tengo que repetir mis datos varias veces. A continuación, pregunto qué es lo siguiente que tengo que hacer porque no tengo ni puñetera idea. Conviene preguntarlo porque te lo cuentan como si te estuvieran leyendo tus derechos. “Ahora sacamos el coche del túnel y lo dejamos en la primera salida porque no lo podemos llevar más lejos. Llama a tu compañía para que manden una grúa. Haz el parte. Ahora te damos un papel con los datos del P.I. (esto es mío) para el parte de accidente. Haz un parte con contrario y dile a la compañía que ha habido atestado policial, porque si te falta algún dato, ellos ya saben. Le hemos dicho lo mismo al P.I. (esto es mío). Ah, y pásate cuanto antes por el lugar de las cámaras, en la dirección que te he dicho antes, y denuncia el accidente para que no borren la grabación, que las borran cada tres días por temas de protección de datos”. Las dos horas siguientes al siniestro las pasé tratando de seguir el guión.

Algunos mitos que se me han caído:

-No he visto circular mi vida delante de mí como si fuera una película. Sí he visto desfilar a la familia del P.I. Creo que la causa de no ver mi peli ha sido el límite de 70 km. Doy gracias a Dios porque me haya pasado en un tramo con ese límite. Ahora mismo me duele el cuello y la rodilla izquierda, donde me di un golpe en algún momento. Pero, vamos, he salido mucho más dolorido de algunos partidos de fútbol. Si hubiera ido a más velocidad, estoy convencido de que habría sido mucho peor. La gente nos miraba, en plan: “Joder, que raro que no tengáis nada habiendo volcado”. También lo dijo el delta force.

-Me hubiera gustado decir algo así como “Este es el estado en que ha quedado el vehículo, un Cadillac Eldorado del 59, después del aparatoso accidente ocurrido esta mañana en la Calle 30, cuando un camión Volvo modelo FH12 ha invadido el carril por el que circulaba pacíficamente un turismo...”. Mierda, puedo decir todo menos lo del Cadillac, que lo tengo que cambiar por “un Ibiza del 98” (en las imágenes).

-Aparte de las bromas, me ha quedado muy claro que hay que respetar los límites de velocidad y llevar siempre puesto el cinturón. Y no sólo para evitar las multas. Reconozco que me he pasado años conduciendo como rabioso por tener que respetar esas normas. Llevo ya un tiempo relajado, pero la sensación de fondo estaba ahí. Hoy lo veo así: a lo largo de mi vida, respetar las normas simplemente ha impedido que me multen; ayer, quizás me salvaron la vida o evitaron males mayores.

-Acojonante el comportamiento de la gente y de los servicios de asistencia. Yo, que soy un poco misántropo y escéptico y más cosas, sólo puedo decir esto: ¡Muchas gracias a todos!

martes, 5 de abril de 2011

Un donativo al Banco Popular


Esta mañana he entrado en una oficina del Banco Popular para cobrar un cheque. Una operación que no hacía desde el siglo XX. Quizás por esa razón no estaba al tanto de que si cobras un talón en una oficina diferente de la que lo "emite", te cobran 1,50 euros por..., "por ser un cheque de otra oficina", me ha dicho el señor del siglo XIX que me ha atendido. No importa que sea una oficina del mismo banco, aunque me ha tranquilizado bastante la aclaración del tipo: "Es 1,50 euros independientemente de la cantidad que se retire". Me gustaría ir a cobrar un cheque de 1,45 euros, a ver qué pasa.

En fin, me ha tocado bastante las pelotas tener que ir a cobrar un cheque; hacer cola (¿alguien sabe para qué va la gente a los bancos?); estar en una oficina así como antigua y encima llevarme 1,50 euros menos. Mi banco no me cobra nada por hacer una transferencia a la cuenta de un pueblo de Italia. Pero el Banco Popular te cobra 1,50 euros "por ser un cheque de otra oficina", que está cinco calles más allá. Vamos, que acabo de hacer un donativo.
No sé si es cosa de este banco o está generalizado, pero atención porque se avecinan tiempos de nuevos cierres de oficinas bancarias. Y como la oficina más próxima estará diez calles más allá, a lo mejor el donativo se duplica.